domingo, 19 de diciembre de 2010

DECEPCIÓN/ PATALETA

Decepción, la decepcionada... Esto parece el título de una canción de Lhasa (lo siento, chata, espero que estés descansando). O (otro título), las caras de la decepción son infinitas... no, seguro que eso viene de otra frase hecha, jaja. Ahí va: La decepción tiene tantas caras como personas somos en el mundo, multiplicado por las interacciones que tengamos con el resto de personas del susodicho globo y los minutos en los que tarda en subir un bizcocho. Vamos, que nadie queda libre de decepcionar o ser decepcionado... UN MOJÓN, vaya.

A veces tenemos la manía de creer en algo o en alguien como el que cree en la inocencia del acusado hasta que se demuestre lo contrario. Ahí, a muerte, fe ciega... ¡Yo creo! Lo malo es que tarde o temprano empiezan a surgir pruebas de peso en contra. Entonces la fuerza, la alegría y la inocencia de aquello en lo que creemos se van a tomar vientos. Y no sólo se van, sino que en su lugar deja un profundo poso/pozo (lo mismo me da) de fealdad, tristeza y cansancio.

Y nadie tiene la culpa. Estoy de que se busquen culpables hasta el moño. Nadie tiene la culpa de ciertas decepciones porque aquí ya todos somos mayores y sabemos dónde nos metemos...

Es curioso, porque a medida que caminamos hacia eso que llaman madurez, todo lo positivo, lo bueno, lo que vale la pena de nuestra vida son destellos de las emociones, la ilusión y las ganas de vivir de cuando éramos niños. Esto demuestra que el mundo no puede estar bien hecho... Por favor, rebobinemos y que a mí me dejen ser pequeña para siempre si madurar es: dejar de ser niño para luego, luchar con todas tus fuerzas y recuperar puntualmente la alegría de vivir de cuando aquello... ¡No tiene sentido! No tiene pies ni cabeza.

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