Ahí fuera cae lo que no está escrito, hasta que llega el camión de la limpieza queriéndo hacer la competencia. El ruido de esta ciudad no deja oír la lluvia, pero quiera o no, todo ese asfalto se está pegando una buena ducha. Luz y... tic tac uno, tic tac, dos, tic tac trueno.Ya está aquí. Si las plantas sobreviven a esta madrugada habrán pasado la prueba del comienzo del final del verano.
Hace unos días la gente lo invadía todo por tan sólo una noche. Los lugares normalmente escoltados por relojes e incluso gente armada se exponían a un saqueo civilizado. Montones de ojos curiosos recorriendo rincones, portones, jardines secretos. Niños liberados de las manos de sus padres hacían burla al muñeco rojo de los semáforos, mientras corrían de un lado para otro, a punto de hacer la croqueta en plena Gran Vía. Esa noche no llovió.
Hoy, ahora, los pocos que quedan en la calle corren gritones. Por más que se quejen sé que se lo están pasando como nunca. Menudo cuadro: al otro lado de la ventana aparece un todo borroso. De un momento a otro los cubos-tienda de esa plaza van a empezar a deslizarse calle abajo arrastrados por la corriente porque por fin, después de dos meses secos al Sol, toca recompensa: el merecido baño de la ciudad. Un poco más fresco, pero comparable a la ducha calentita, ya en casa después de un día entero de playa. Y cuando digo un día entero me refiero a uno de esos en los que te empeñas en quedarte en la arena, aunque sea enrollado en la toalla y con los labios morados ya, hasta que por fin un cobarde valiente con sentido común y mucho frío se atreve a decir "yo me las piro, nos vemos después de cenar". Sí, para mí el recuerdo de los veranos siempre se remonta a los quince. Y no, hoy no hay quejas ni preguntas. Tú sólo cállate y escucha.